El primero de octubre fue un día histórico para México: Claudia Sheinbaum asumió la presidencia y presentó sus 100 compromisos de gobierno ante miles de simpatizantes en el Zócalo de la Ciudad de México. Entre las múltiples promesas que delineó, desde la reconstrucción de las comunidades afectadas por el huracán John hasta la pacificación de regiones aquejadas por la violencia, el deporte tuvo su momento, aunque fuera breve. El compromiso número 35 mencionó: “Apoyaremos el deporte comunitario, impulsaremos deportivos comunitarios y a los deportistas de alto rendimiento”. Esta escueta mención dejó una sensación de insuficiencia y, sobre todo, de indefinición.
Es evidente que, entre las urgencias del país, el deporte podría parecer un asunto menor. Sin embargo, reducir su importancia sería un error estratégico. El deporte, especialmente en su dimensión comunitaria, tiene la capacidad de unir a las personas, de crear espacios de convivencia sana, y de alejar a la juventud de las alternativas violentas o destructivas que tanto daño hacen a la sociedad mexicana. Asimismo, el deporte de alto rendimiento no es sólo una cuestión de medallas y triunfos, sino de generar orgullo nacional y modelos a seguir para nuevas generaciones.
Los discursos de Sheinbaum muestran un compromiso genuino con ambas facetas del deporte: el comunitario y el de alto rendimiento. Pero el compromiso debe ir más allá de las palabras. Hasta el momento, no hemos visto una estrategia clara, ni programas y proyectos específicos que apunten a la promoción de la cultura deportiva ni al desarrollo integral de los deportistas de élite. En la realidad, el deporte en México necesita una intervención seria y sostenida que vaya más allá de las promesas vagas.
La designación de Rommel Pacheco al frente de la Comisión Nacional de Cultura Física y Deporte (Conade) es un punto de controversia. Pacheco, exclavadista olímpico, tiene un historial deportivo impecable, y es innegable que entiende de primera mano las carencias y los desafíos que enfrentan los deportistas. Sin embargo, la historia nos muestra que los exatletas no siempre son los mejores gestores ni administradores. El problema no es Rommel Pacheco como persona, sino la ausencia de una estrategia de gestión integral que busque resultados a largo plazo y, sobre todo, que ataque de raíz las mafias y la corrupción enquistadas en las federaciones deportivas.
El deporte de alto rendimiento en México ha padecido, durante años, el abandono institucional, la falta de recursos y las disputas internas que obstaculizan el desarrollo de nuevos talentos. Si no se diseña una ruta clara para fortalecer las estructuras deportivas, incluso el mejor de los gestores encontrará grandes obstáculos para cumplir con sus objetivos. En ese sentido, la mención al deporte entre los compromisos de Sheinbaum podría ser una oportunidad para cambiar el rumbo, pero sólo si se traduce en acciones concretas.
Una primera señal de un compromiso real sería un aumento significativo en el presupuesto destinado tanto al deporte comunitario como a los atletas de alto rendimiento. Con más recursos, podrían desarrollarse programas que acercaran el deporte a todos los rincones del país, mientras se otorgan las becas y apoyos necesarios para que los deportistas de élite compitan sin las preocupaciones que actualmente les aquejan.
El compromiso número 35 de Claudia Sheinbaum es una promesa que merece ser cumplida a cabalidad. El deporte es una herramienta de transformación social, y apoyar su desarrollo podría tener un impacto positivo en muchos de los problemas que enfrentamos como nación. Esperemos que las palabras se conviertan en hechos y que, más allá de la retórica, veamos una verdadera revolución deportiva en México.