En esta época post-Covid en donde lo infrarreal se encuentra normalizado, podemos presenciar un espectáculo decadente cómo la pelea entre el excampeón mundial de pesos pesados Mike Tyson y el “influencer” Jake Paul.
Más allá de las obvias connotaciones del paso de tiempo, Tyson, a los 58 años de edad, es una sombra de lo que fue en el ring por ahí de fines de los años ochenta e inicios de los noventa, cuando regresó a los encordados después de una temporada en la cárcel producto de serias acusaciones de abuso por parte de una de sus parejas sentimentales.
El entonces “hombre más malo del planeta” sembraba terror en los encordados hasta que se encontró con un estilo de vida y excesos, además de la muerte de un hombre clave en su vida, su entrenador Cus D’Amato, mismo que aceleró su decadencia en la década de los 90, cuando, todavía un hombre joven, protagonizó lamentables espectáculos con otros boxeadores como Evander Holyfield, a quién le terminó arrancando un pedazo de oreja a mordidas durante un encuentro.
De alguna manera, Tyson logró reinventarse después de su retiro, primero apareciendo en cameos en comedias hollywoodenses, y haciendo un sorprendentemente ameno show de stand-up hablando de su vida, el cual es bastante más interesante de lo que podría esperarse.
Aún así, nunca hace falta un ingreso extra de dinero para el retiro y ahí fue donde entró el influencer Paul, un tipo que de hacer dinero en streamings junto con su hermano, decidió ponerse los guantes y (en un gesto que algunos recordaremos, recuerda al del actor Mickey Rourke hace unos ayeres) dedicarse al boxeo.
El resultado fue un éxito a secas para Netflix, pero un resultado lamentable para el deporte pugílistico. Al menos Tyson tendrá algunos millones de dólares para retirarse en su vejez.