El Super Bowl LXI ya pasó a la historia, no solo por el enfrentamiento en el campo del SoFi Stadium en Inglewood, California, sino que también marcó un hito en la historia del entretenimiento deportivo como una colosal empresa de negocios. Este evento, más que un juego de fútbol americano, fue una experiencia multisensorial que combinó deportes, música y marketing en una sinfonía de rentabilidad y espectáculo.

Desde el punto de vista del juego, el Super Bowl LXI ofreció una batalla épica. Sin embargo, lo que realmente lo convirtió en un negocio de primer nivel fue la maquinaria que se puso en marcha alrededor de la competencia. Las estrategias de los equipos, las jugadas maestras y los momentos decisivos se convirtieron en historias que capturaron la atención de millones, elevando el valor del evento. La NFL ha perfeccionado el arte de convertir cada jugada en una narrativa que engancha a espectadores de todo el mundo.

El show de medio tiempo, con Kendrick Lamar como protagonista, fue uno de los componentes más anticipados del Super Bowl. Aquí, el fútbol se mezcló con la cultura pop, creando un momento donde las audiencias globales se multiplicaron. La actuación de Lamar, con su historia de confrontaciones y éxitos musicales, no solo fue un espectáculo musical, sino una declaración cultural. Según información de The Independent, el show de Lamar resultó ser uno de los más significativos, no solo por su música, sino por los mensajes que transmitió en un contexto político y social muy cargado.

Pero donde realmente se vio la magnitud del Super Bowl como negocio fue en los ingresos por derechos de transmisión. Este año, ESPN y ABC compartieron por primera vez la transmisión del Super Bowl, marcando un hito en la historia de la televisión deportiva. Los contratos de broadcasting fueron una mina de oro; se habló de cifras que alcanzaron los miles de millones de dólares para asegurar la exclusividad de este evento. Según datos de Untaylored, las cadenas de televisión pagaron sumas astronómicas no solo por el derecho de transmitir el juego, sino por la oportunidad de vender espacios publicitarios a precios exorbitantes. Un anuncio de 30 segundos durante el Super Bowl LXI costó hasta 7 millones de dólares, según reportó The Washington Examiner, lo que reflejó la avidez de las empresas por llegar a una audiencia sin precedentes.

Más allá de la publicidad, los ingresos por derechos de transmisión beneficiaron no solo a la NFL sino a todo un ecosistema de empresas, desde las productoras hasta las compañías que ofrecen servicios de streaming. La cadena de valor fue extensa, involucrando a hoteles, restaurantes y servicios de catering que se beneficiaron del turismo que atrajo el Super Bowl. Además, la venta de merchandising y los derechos para productos conmemorativos también jugaron un papel crucial.

Sin embargo, es importante reflexionar sobre el lado menos glamuroso de este negocio. La explotación laboral, como se vio con los trabajadores del espectáculo de medio tiempo pagados a apenas $12 por hora según The Intercept, planteó cuestiones éticas sobre cómo se distribuye la riqueza generada por este evento. La NFL y sus socios deben enfrentar estos desafíos, asegurando que el beneficio económico se reparta de manera más equitativa.

En resumen, el Super Bowl LXI fue un microcosmos de espectáculo, estrategia y economía. Fue un evento que no solo unió a los fans del deporte sino que también reunió a millones en torno a la televisión, demostrando que, en el mundo moderno, el deporte es también un inmenso negocio donde el entretenimiento y el dinero se encuentran en su máxima expresión.