Con la llegada de Claudia Sheinbaum a la presidencia en octubre de 2024, uno de los nombramientos más esperados es el del nuevo titular de la Comisión Nacional del Deporte (Conade). Este nombramiento es crucial, especialmente tras los Juegos Olímpicos de París 2024, donde el desempeño de nuestros deportistas no sólo reflejará su esfuerzo, sino también la dirección y el apoyo que han recibido por parte del Estado. La decisión de quién estará al frente de la Conade no sólo marcará la pauta del deporte en México para los próximos años, sino que también reflejará las prioridades de la nueva administración.

Sería un error grave que Claudia Sheinbaum ratificara a Ana Gabriela Guevara como titular de la Conade. La gestión de Guevara ha sido objeto de múltiples críticas, no sólo por la limitada cosecha de medallas en los últimos Juegos Olímpicos, sino también por la animadversión que generó en la comunidad deportiva de alto rendimiento. Su desempeño fue una gran decepción, tanto para los deportistas como para los seguidores del deporte en México, quienes esperaban que su experiencia como atleta se tradujera en un apoyo robusto y eficaz para el deporte nacional. Sin embargo, la realidad fue otra: su gestión se caracterizó por la ausencia de recursos, la mala administración y la falta de empatía hacia los atletas, lo que dejó al deporte mexicano en una situación precaria.

Claudia Sheinbaum necesita encontrar y nombrar a un “Pierre de Coubertin” mexicano, alguien que entienda la importancia del deporte como un factor de cohesión social y de desarrollo nacional. El problema es cómo encontrarlo. ¿Debería Sheinbaum consultar a los deportistas o a los presidentes de las federaciones? ¿Y si se organizara una elección para definir por voto popular quién debería encabezar la Conade? Si bien los métodos pueden variar, lo importante es que el nuevo titular del deporte mexicano tenga más capacidad que lealtad. Se necesita a alguien que esté a favor del deporte y de los deportistas, y no simplemente al servicio del poder.

En los Juegos Olímpicos de París 2024, México ocupó el lugar 65 en el medallero, un resultado que, si bien es bajo para un país con 130 millones de habitantes y muchas riquezas, es sorprendentemente alto si consideramos que esas cinco medallas fueron producto del trabajo individual y familiar de los deportistas, así como del apoyo de escasos patrocinadores. Esta situación evidencia la falta de un sistema integral de apoyo al deporte en México, donde los atletas deben luchar prácticamente solos para alcanzar el éxito en el escenario internacional.

Cuando elevamos la mirada hacia la cima del medallero, vemos a Estados Unidos y China con 40 medallas de oro; seguidos por Japón con 20, Australia con 18, Francia con 16 y los Países Bajos con 15. En comparación, el país latinoamericano mejor posicionado es Brasil con tres medallas de oro, seguido de Cuba con dos. Esta disparidad pone en evidencia la falta de un modelo deportivo efectivo en México, donde ni el Estado ni la iniciativa privada han logrado desarrollar una estrategia integral para el deporte de alto rendimiento; menos para  el deporte recreativo y amateur.

En Estados Unidos, el deporte de alto rendimiento es al mismo tiempo una industria millonaria, que se sustenta en el deporte universitario, en las ligas deportivas y en un amplio esquema de patrocinadores. El éxito de Estados Unidos en los Juegos Olímpicos no es casualidad; es el resultado de un sistema bien organizado, donde el deporte se considera una prioridad nacional y se invierte en él de manera significativa.

Por otro lado, en China, el deporte de alto rendimiento es una tarea de Estado. Desde hace décadas, las autoridades deportivas chinas se propusieron como objetivo desafiar la supremacía de Estados Unidos en el medallero olímpico, y lo lograron en los Juegos de Beijing 2008, donde superaron a Estados Unidos con una actuación histórica de 100 medallas en total, 48 de oro, 22 de plata y 30 de bronce. Este logro fue el resultado de una estrategia bien planificada, que involucró una fuerte inversión estatal y un enfoque en el desarrollo de talento desde edades tempranas.

Ante esta realidad, cabe preguntarse: ¿qué necesita México para alcanzar un nivel deportivo similar al de Brasil, o incluso superar sus logros? La respuesta es compleja, pero comienza con la necesidad de un modelo deportivo integral, que no sólo apoye a los deportistas de alto rendimiento, sino que también fomente la práctica del deporte a nivel recreativo y amateur. Además, es fundamental que el deporte se convierta en una tarea del Estado, con una inversión significativa de recursos y una estrategia clara para su desarrollo.

Esta pregunta es crucial. ¿Qué beneficios reportaría a México el ganar más medallas en los Juegos Olímpicos? Los beneficios son múltiples. Primero, mejorar la presencia del país en el escenario internacional, proyectando una imagen de fortaleza y competitividad. Segundo, fomentar la cultura del deporte entre la juventud y la niñez, lo cual es esencial para la salud pública y el desarrollo social. Tercero, el deporte puede ser un buen modelo para los negocios y el turismo, generando oportunidades económicas para el país. Por último, pero no menos importante, el orgullo nacional que se deriva de ver a los atletas mexicanos triunfar en el escenario internacional no tiene precio.

Claudia Sheinbaum enfrenta un reto en la designación del próximo titular de la Conade. Ojalá se deje asesorar por los diversos sectores que integran el deporte de élite en México y que se destinen los recursos necesarios para apoyar a nuestros deportistas de alto rendimiento. El futuro del deporte en México está en juego. La primera pieza del rompecabezas está en encontrar a la persona adecuada para liderar esta transformación, alguien que vea en el deporte una herramienta de desarrollo y cohesión social, y no sólo un escalón más en la política.

Onel Ortíz Fragoso en X: @onelortiz