Han pasado cinco días desde el inicio de los Juegos Olímpicos París 2024 y aún conservo en mis ojos las imágenes de la inauguración. Solo los franceses, en su diversidad y pluralidad; en su elegancia y pasión, pueden hacer algo así. Nunca como ahora París, por tres semanas, es la capital del mundo. Epicentro de la cultura, las artes, el amor, la democracia, la tolerancia y la diversidad. Me encantó cómo convirtieron sus monumentos, su arquitectura y su río en escenarios, pasarelas y sedes de las competencias olímpicas.

Me gustó cómo utilizaron su historia, sus artistas, su música, sus obras de arte, sus libros, sus heroínas y sus clichés, para un show televisivo de cuatro horas de duración. Maravillosa la estética y los colores, la ironía y la sátira que escandalizó a las buenas conciencias y los valores franceses en un mosaico deslumbrante. La igualdad, la libertad y la fraternidad; junto con el amor, la pasión, el misterio, la revolución y porque no, la lujuria, la gula, y los excesos, es París. ¡Caray!

París y los parisinos se atrevieron a convertir su ciudad y su río en escenarios de las justas deportivas. Sacaron las competencias de los lugares cerrados y las llevaron a los espacios públicos. Hoy, más que nunca, París es una fiesta, como la vivió y describió Ernest Hemingway hace un siglo.

¿Y México? Ahí están los mexicanos, como parte de la fiesta y en plena celebración. Se lo merecen, fue un gran logro individual y de sus familias llegar hasta aquí. En México, por si no lo saben, los deportistas de alto rendimiento dependen básicamente de esfuerzos familiares. No solo tuvieron que lograr las marcas para competir, también soportar a una burocracia y a un gobierno que les vale un cacahuate el deporte de alto rendimiento. Todos ellos desfilaron en su barquito, con la esperanza de ganar una medalla.

Ya van dos. Una de bronce del equipo femenil de tiro con arco: Alejandra Valencia, Ángela Ruiz y Ana Vázquez. Es impresionante acertar a una diana de un metro de diámetro a setenta metros de distancia. Iniciaron plantadas en el tercer lugar y cumplieron. Por derecho propio, llegaron a la semifinal frente a China. Ahí se pusieron nerviosas y perdieron, pero el carácter se demuestra al levantarse de la derrota y ganaron de manera contundente al equipo de Países Bajos. Impresionantes las coreanas, que llevan diez medallas de oro en esta disciplina.

Otra medalla, una sorpresiva de plata, fue para Prisca Guadalupe Awiti Alcaraz, nacida en Londres, de madre mexicana, que desde muy chavita la traía a León, Guanajuato, para aquerenciarse. Porque los mexicanos nacemos donde se nos da la chingada gana, como dijo Chavela Vargas.

Mi reconocimiento a nuestros deportistas y atletas que compitieron y no lograron llegar a finales o ganar una medalla. Solo ellos saben lo que se sufre para llegar aquí.

Creo en el olimpismo y en los valores que representa. No soy ingenuo, sé los intereses en torno al Comité Olímpico, pero aún con esa comercialización, es uno de los pocos espacios donde podemos hablar de juego limpio, honestidad, paz y camaradería. A los dioses, el oro; a los héroes, la plata; y a los hombres, el bronce.