Vimos al exponente mexicano de pentatlón moderno, Emiliano Hernández, llorar pidiendo perdón a la afición y a su país entero, por no poder subir al podio (obtener una medalla) al quedar, por nada casi, en un cuarto lugar, al tiempo de ver críticas, qué llegaron a las más bajas ofensas vía redes sociales a atletas mexicanos por no ganar una presea olímpica en París. Debemos ante todo comenzar por los directivos, que en este ciclo olímpico llegaron a la infamia, y bastan tres botones de muestra: la titular del comité olímpico mexicano trató de deportar, si, de expulsar del país a la mejor entrenadora deportiva quizás que ha tenido este país, la china Ma Jin en clavados; por pleitos propios de verduleras (y esto es un decir, porque las señoras que se dedican a ese oficio merecen todo mi respeto) María José Alcalá movió sus influencias, al ser diputada federal, en la SRE para tal felonía, que afortunadamente no fructificó, otra es el pleito que protagonizó esa misma fea señora (de alma) con otra de su misma calaña, Ana Gabriela Guevara en plenos juegos olímpicos en la Ciudad luz; dimes y diretes en medios de comunicación, esto con dos entes que deben trabajar creando sinergia si o si, sin embargo no han hecho sino lo opuesto, y el tercer botoncito de muestra (que ojo, sobran) son los dichos en su momento expresados por la cabeza de la CONADE, la referida ya aquí señora Guevara, cuando públicamente mandó a “vender calzones” al equipo de nado artístico mexicano para solventar sus gastos de preparación.
Vamos ahora con la afición al deporte en México, cuyo retrato fiel sería ese personaje que ya nos llena de vergüenza a todos, conocido cómo “El Caramelo”, y lo mismo con los ríos de borrachos mexicanos que inundan las calles de los países dónde hay los grandes eventos deportivos (si eso fuera una disciplina deportiva, México sería la potencia número uno y multi medallista de oro), al ser además el país que más lleva gente a esos eventos, y no quiero dejar pasar la reflexión hecha pregunta de ¿que porcentaje de esa gente no obtiene su dinero para esos viajes y otros lujos, de actividades ilícitas o de la corrupción?... Me atrevo a decir que son más de la mitad, pero en fin, ese ya es otro cantar. Se atreve pues esa afición, a exigir desde sus vísceras etílicas algo de lo que desconoce casi en su totalidad, desde el reglamento en cada disciplina hasta todo el entorno de sacrificios y carencias que conlleva el llegar hasta dónde llegan los atletas de alto rendimiento, y subrayo un punto: los diplomas olímpicos, que se entregan del lugar uno al ocho, y que representan la élite mundial en cada deporte y dónde la delegación mexicana obtuvo 19, la tercer máxima cosecha, atrasito sólo de México 1968 y de Londres 2012, cabe subrayar que en todos los países, prácticamente, las autoridades contabilizan y difunden (y también premian) a la par de las medallas, dichos diplomas, y en México extrañamente sucede cómo si ni siquiera existiesen. ¿Por qué ese nivel de ignorancia y también de casi nula cultura deportiva? Veamos las disciplinas que dieron a México diploma olímpico en Paris:
- Clavados
- Tiro con arco
- Judo
- Box
- Marcha (caminata)
- Natación artística
- Lanzamiento de bala
- Halterofilia
- Pentatlón moderno
- Taekwondo
Me permito enuméralos así, con motivo del fútbol, nuestro (supuesto) deporte nacional, en el cual su campeonato mundial es el único en todo el deporte mundial qué tiene más relevancia que los olímpicos, y dónde México (si se diera un diploma por quedar entre los ocho mejores) no tendría uno sólo, más que los dos sextos lugares obtenidos en las copas del mundo celebradas en casa (70 y 86) con las enormes ventajas que eso implica, pero de forma inentendible ahí en el fútbol, la afición más que hipnotizada, de plano tonta, aplaude cualquier migaja, incluyendo la abyección y la burla hacia ellos; en la reciente Copa América un relator argentino no daba crédito y tildaba de estúpidos (con todo merecimiento) a la afición mexicana, que coreaba olés por su selección hilvanar cinco pasecitos en propia cancha contra rivales de nivel paupérrimo.
Mientras se siga ignorando en México el tener una mínima cultura deportiva, dónde de injuria a sus verdaderos deportistas de élite y se aplauden las infamias qué fútbol nacional nos regala a manera de bofetadas, el país está condenado a la vergüenza deportiva, no a la del joven pentatleta qué dio la cara a su país pidiendo perdón de algo que nunca debió hacer, sino aquella vergüenza que viene del ridículo de los fracasos constantes qué se aplauden y de los logros que se ignoran o de plano, se sobajan; tenemos pues en el deporte, cómo país, lo que merecemos.