En el mundo del fútbol, las despedidas son tan comunes como los triunfos y las derrotas. Sin embargo, hay formas de decir adiós, y la salida de Martín Anselmi de Cruz Azul ha sido un ejemplo de cómo no se debe hacer. Esta partida no solo ha dejado un sabor amargo entre la afición cementera, sino que también plantea serias preguntas sobre el respeto y la lealtad hacia una institución con la historia y el prestigio de Cruz Azul.

Anselmi llegó a la Máquina con la promesa de revitalizar un equipo que durante años había buscado su décima estrella. En poco tiempo, logró imponer un estilo de juego que devolvió ilusión a la afición, llevando al equipo a disputar finales y a liderar en la fase regular. Pero, ante la oferta del Porto de Portugal y con un contrato que incluía cláusulas de salida, Anselmi tomó una decisión que, aunque legal, ha sido percibida como un acto de deslealtad.

El problema no radica en la ambición personal de un entrenador que ve en Europa una oportunidad de crecimiento profesional. La cuestión es la forma y el momento. Cruz Azul invirtió en Anselmi, no sólo en términos económicos, sino también en confianza y expectativas. El proyecto que se había construido alrededor de su figura prometía estabilidad y éxitos futuros. Su salida abrupta, justo cuando el equipo empezaba a tomar forma, ha sido una bofetada a esa misma confianza y a la planificación estratégica de la directiva.

No se puede negar que en el fútbol moderno, las cláusulas de rescisión y los contratos a corto plazo son parte del juego. Sin embargo, existe un código no escrito de lealtad y respeto hacia los clubes que han apostado por uno. Anselmi, al aceptar dirigir un partido más y luego anunciar su salida, ha mostrado un desapego que no solo afecta a la plantilla, sino que también daña la imagen de un club con una tradición tan rica como Cruz Azul.

Este tipo de salidas pone en evidencia la fragilidad de los proyectos deportivos y el impacto que pueden tener en la moral de un equipo. Los jugadores, que habían sido moldeados bajo la filosofía de Anselmi, ahora deben adaptarse a una nueva dirección en medio de una temporada, lo que puede ser desestabilizador. La directiva, por su parte, debe lidiar con la urgencia de encontrar un sustituto que no solo sea capaz de mantener el nivel, sino también de ganarse la confianza de una afición decepcionada.

Es un momento para reflexionar sobre cómo se construyen y protegen los proyectos deportivos. Cruz Azul, como otras grandes instituciones, merece un respeto especial no solo por su historia, sino por la pasión y lealtad de su afición. Los líderes deportivos, desde jugadores hasta entrenadores, deben entender que son parte de algo más grande que su propia carrera; son custodios temporales de la historia y el orgullo de un club.

Al final, este episodio con Anselmi es un recordatorio de que en el fútbol, la manera en que uno cierra ciclos es tan importante como cómo los inicia. Cruz Azul merece directores técnicos que no solo quieran ganar partidos, sino que también comprendan la magnitud de representar a una de las instituciones más emblemáticas del fútbol mexicano. La lección aquí es clara: el respeto hacia la camiseta y hacia la historia debe estar por encima de cualquier oportunidad personal.