La gira de la Selección Mexicana C por Sudamérica culminó de manera amarga en el mítico Estadio Monumental de Buenos Aires, escenario donde el combinado mexicano cayó derrotado ante el River Plate. Este partido, más allá de ser un simple amistoso, dejó a la vista varias cuestiones que merecerán ser analizadas en las mesas de debate futbolístico de México.
El resultado final, aunque esperable dadas las circunstancias, no deja de ser una decepción para aquellos que esperaban ver a México competir de igual a igual en un ambiente tan hostil y ante un rival tan respetado como River. Aquí no se trata de desmerecer el trabajo de los jóvenes seleccionados por Javier Aguirre, quienes lucharon con lo que tenían, sino de entender el contexto que rodeó este encuentro.
La principal piedra de toque es, sin duda, la responsabilidad que recae sobre los dueños de los equipos de la Liga MX. Al no ser una fecha FIFA, los clubes no estaban obligados a ceder a sus jugadores, y muchos decidieron no hacerlo. Esta decisión, que puede entenderse desde una perspectiva de protección de sus intereses y de sus jugadores, tuvo un impacto directo en la calidad y en el potencial de la selección que viajó a Sudamérica.
Sin figuras de renombre, la Selección Mexicana C se presentó ante River con una plantilla que, si bien tenía talento, carecía de la experiencia y el nivel competitivo necesario para enfrentar a uno de los grandes de Sudamérica. El argumento de los clubes de no querer arriesgar a sus jugadores en partidos que no son oficiales es válido, pero también se debe considerar que estos encuentros son cruciales para el desarrollo de la selección y para el crecimiento de los futbolistas a nivel internacional.
Es necesario reflexionar sobre el balance entre los intereses de los clubes y los de la selección nacional. El fútbol mexicano tiene la mirada puesta en el Mundial de 2026, un evento que no solo es una oportunidad única para mostrar al mundo la calidad del balompié nacional, sino también un compromiso de representar al país con el mejor equipo posible. Los partidos como el de River son, en esencia, laboratorios donde se puede experimentar, donde se pueden corregir errores y donde los jugadores pueden ganar la confianza necesaria para competir en escenarios más exigentes.
El público, los aficionados y los críticos tendrán que ver este resultado no solo como una derrota, sino como un espejo. Un espejo que refleja la necesidad de una cooperación más estrecha entre la Federación Mexicana de Fútbol y los clubes de la Liga MX. La idea de que el éxito de la selección nacional puede ser el reflejo del éxito de la liga doméstica debe ser un punto de partida para negociaciones futuras, donde las giras internacionales, aunque no sean de fechas FIFA, se consideren parte del proceso de preparación.
Finalmente, este partido debe ser una lección de humildad para todos los involucrados. Para los jugadores, una oportunidad de aprender de las grandes escuelas del fútbol sudamericano; para los directivos de los clubes, una llamada de atención sobre la importancia de pensar en el bien mayor del fútbol mexicano; y para la afición, un recordatorio de que el camino hacia la excelencia es largo y requiere de todos los actores del deporte. La derrota en el Monumental no es el fin, sino un capítulo más en la historia de superación y crecimiento del fútbol de México.