En el marco de los Juegos Olímpicos de París 2024 es imposible reflexionar que el deporte mexicano vive su época más oscura desde los sexenios de De la Madrid y de Salinas de Gortari, en el cual en los dos Juegos Olímpicos que transcurrieron en ese lapso de tiempo (Los Ángeles 84 no lo contamos, porque el ciclo hacia esos juegos fue en tiempos de López Portillo) por poco y que se consiguen CERO medallas. En el futbol, deporte más popular en el país por excelencia, nos vimos expuestos ante el mundo con una de las trampas más vergonzosas de las que se tenga memoria en la historia: los famosos ‘cachirules’, que dejaron a México con un muy duro y merecido castigo, que entre otros efectos tuvo el dejar a la Selección Nacional fuera de Seúl 88 e Italia 90.
Bien, en cuanto a los actuales olímpicos en ‘la Ciudad Luz’, desde la ceremonia de apertura vemos a una delegación mexicana ridículamente numerosa, que a diferencia de otros países que envían atletas en número acorde a su realidad deportiva (tres o hasta cuatro delegaciones por barcaza) la de México ocupaba una sola exclusiva, y de las grandes, para su numerosa delegación, vaya, como si la cosecha de podios (medallas) y/o diplomas olímpicos (primeros ocho) fuese a corresponder a la de una potencia deportiva, ya no digamos mundial, sino ni siquiera latinoamericana.
Aristas por analizar sobran, desde los rumores (demasiados para ser todos mentira) de corrupción en las federaciones y en la Conade, hasta falta de pasión, seriedad, espíritu de sacrifico y disciplina suficientes en los atletas. El caso del futbol, lo repito, se cuece aparte, viviendo los tiempos más oscuros en toda su historia y entregado este deporte a los corruptores dólares del país del norte a cambio de MEDIOCRIDAD ya casi total y lo que aún falta.
La afición no es más que un síntoma de todo lo anterior. Mientras en el caso de España en las tribunas de toda competencia deportiva de importancia en la que participa vemos a la Corona (reyes, princesa e infanta) en las tribunas, en México vemos el tristísimo espectáculo de un borrachito prepotente disfrazado de arlequín, conocido como “el Caramelo”, que no hace sino las burlas (merecidas) de otros países hacia el nuestro; ello obvio que se retroalimenta con el resto del ‘ecosistema’ deportivo en México.
Vamos, del lado de España (un país con un tercio de la población que la de México) hay títulos, podios, medallas y en resumen, triunfo, mientras que del lado mexicano hay fracasos y pretextos, lo cual convierte pues a la hermosa canción del ‘cielito lindo’, lastimosamente en un himno a la derrota y al fracaso. Ojalá alguien me pudiera contradecir y quitarme la razón al respecto, pero lo cierto es que en un corto e incluso mediano plazo, tengo mis serias dudas.