Falleció trágicamente otro futbolista profesional, en una escena que tristemente nos es más familiar cada día: jugadores jóvenes (el uruguayo Juan Izquierdo nació en 1997) que caen fulminados en pleno partido, donde los pocos que corren con más fortuna salvan la vida, más muchos no, cómo lo fue en el caso en cuestión.
Lo cierto es que, paradójicamente, y contrario a lo que la mayoría quizás piense, el deporte de alto rendimiento, en su afán de llevar las capacidades humanas al límite no es ya sino más que un atentado contra la salud, y obvio no es silo el futbol, en el americano se saben ya las consecuencias y secuelas que deja a los deportistas: enfermedades neurodegenerativas y/o muerte prematura, y otros como la halterofilia, donde en México ya se cobró esa disciplina una víctima: la medallistas olímpica de oro, Soraya Jiménez.
Volviendo al futbol, estos casos se seguirán viendo, máxime con la tendencia a convertir este deporte en uno cada día más físico, donde la velocidad y la fortaleza han venido supliendo, de plano, al talento, poniendo en peligro de extinción al virtuoso, al creador, al número diez que cada vez vemos menos (sí, los Pelé, Maradona, Cruyff, Benjamin Galindo, etc.). Eso, sumado a la sobre explotación del futbolista, con la irrupción de cada vez más y más torneos, tanto a nivel clubes como selecciones, con el fin de exprimir de dinero de manera enfermiza a dicho deporte.
Otro aspecto es el dopaje, que por más pruebas y controles que se lleven a cabo, el fenómeno existe, en la forma de una lucha constante del tipo del crimen organizado con la policía, donde muchas veces el primero va un paso adelante, en este caso pues, el dopping.
Veremos entonces cuánto tiempo dura esta especie de regresión al pasado antiguo, donde el futbolista profesional se ha ido convirtiendo en el gladiador moderno, con el inminente riesgo de muerte incluido en cada partido jugado en los modernos coliseos romanos que son los estadios.