Apenas este martes por la noche, México y el mundo se enteró de la muy triste noticia del fallecimiento del legendario beisbolista mexicano Fernando Valenzuela, el “Toro de Etchohuaquila”.
Aunque, desgraciadamente, aún no nacía cuando explotó en toda su magnitud la Fernandomanía, que lo llevó a aparecer en los principales medios de México y Estados Unidos e, incluso, a aparecer en las cajas de los Corn Flakes estadounidenses y visitar la mismísma Casa Blanca a petición del entonces presidente de EU, Ronald Reagan, para cuando tuve uso de razón a inicios de los noventa, su estatus legendario ya estaba cimentado en México, EU y el mundo cómo uno de los más grandes ídolos del llamado “rey de los deportes”.
En mi natal Mexicali, tuvimos la suerte de presenciar a Valenzuela en la recta final de su carrera, jugando para los Águilas. Pasara lo que pasara, la gente ovacionaba de pie al legendario pitcher que logró lo imposible, ganar Serie Mundial, premio al novato del año y Serie Mundial en el lapso de apenas un año. Irrepetible.
¿Qué más puedo decir al respecto? Me embarga una enorme tristeza al escribir estas líneas, de la historia de ensueño y de leyenda de ese chico de origen rural, humilde, de raíces indígenas, que fue “descubierto” por visores en una liga local mexicana y en unos meses ya estaba causando estragos en las Grandes Ligas con su privilegiado brazo izquierdo.
Descanse en paz, el Toro. Ya es leyenda.