La herida comienza a sanar. Tras 6 años de ausencia, Barcelona regresa una semifinal de Champions League. A ese lugar del que nunca se debió de ir.
Es cierto que se llegaba con confianza, con una victoria casi en el bolsillo. Pero este torneo te exige una cosa.
Te pide un partido (o varios) en el que tengas que sufrir para equilibrar las cosas. Ni el mejor del mundo se salva. Es donde los mejores suben el escalón a la élite. Si no me creen, tan solo vean al Real Madrid.
Los niños, Cubarsí, Yamal, Fermín, Pedri, Gavi, no saben de remontadas en contra. Si cuando la Roma dio la vuelta en el 2018, Lamine tenía 10 años.
Estos jóvenes ven esto como lo que es: un simple y hermoso juego. “¿Me equivoqué? Sí, pero ya quedó atrás”, es lo que seguro pasa por su mente.
Al mismo tiempo, esta instancia a la que clasificaron me recuerda el golpe más duro que he sufrido como aficionado a este club: la noche de Anfield.
Por muchos años no pude ver las imágenes de aquel partido en el que el futbol le dijo a Messi que por más bueno que sea, esto se juega con 11.
Este deporte azotó al argentino y lo hizo quedar muy mal ante toda la gente que confió en su palabra: “Así que hoy nosotros prometemos que vamos a hacer todo lo posible para que esa copa tan linda y tan deseada por todos, vuelva a estar en el Camp Nou”.
6 temporadas después, podemos volver a tomar lo que nos pertenece. Arrancarlo si es necesario, porque no se trata de quién lo merece, sino del que gana.
Hoy no se llama Piqué el central, Alba el lateral, o Dembelé el extremo derecho, hoy son esos niños que aún jugaban futbol 7 cuando sucedió esa trágica noche.