La inminente convocatoria de Germán Berterame, delantero del Monterrey y argentino naturalizado mexicano, ha reavivado un debate que ha dividido opiniones en el futbol mexicano: ¿es conveniente que la selección nacional dependa de jugadores naturalizados o debería enfocarse en mejorar el talento local? Este dilema no es nuevo, pero la coyuntura actual, marcada por el rezago del futbol mexicano en comparación con sus rivales norteamericanos, hace que la pregunta sea más urgente que nunca.
El futbol mexicano atraviesa uno de sus momentos más oscuros. Históricamente, México fue un contendiente serio en la región, con la capacidad de competir en torneos internacionales y destacar en la Concacaf. Sin embargo, en los últimos años, el país ha perdido protagonismo, tanto en el ámbito continental como mundial. Los resultados en el Mundial de Qatar 2022, donde México no logró avanzar más allá de la fase de grupos, son un reflejo de un sistema que se ha estancado.
En contraste, Estados Unidos ha invertido de manera significativa en su futbol profesional. La Major League Soccer (MLS) ha crecido en calidad y popularidad, y la federación estadounidense tiene un plan claro para consolidar su posición como una potencia futbolística en el continente. Canadá, con menos recursos, también ha logrado avances importantes, alcanzando su primera clasificación al Mundial en décadas en 2022. Estos países están construyendo una base sólida para competir a nivel global, mientras que México parece estar quedándose atrás.
El problema en México no es solo la falta de talento, sino la ausencia de una estrategia clara y de liderazgo comprometido. Los directivos del futbol mexicano parecen más interesados en las ganancias que en el desarrollo del deporte. Esta actitud se refleja en las decisiones tomadas tras el fracaso en Qatar, donde se prometió una renovación que nunca llegó. Jaime Lozano, quien asumió temporalmente el mando de la selección, fue dejado a su suerte, y finalmente sacrificado en el altar de la indiferencia institucional.
Los jugadores tampoco están exentos de crítica. Muchos parecen más interesados en su presencia en las redes sociales que en su rendimiento en la cancha. El compromiso con la selección ha disminuido, y esto se refleja en el campo de juego. La falta de líderes dentro y fuera de la cancha es evidente, y el resultado es un equipo que no logra estar a la altura de las expectativas.
Con el Mundial de 2026 a la vuelta de la esquina, y México como uno de los anfitriones, se ha recurrido a un veterano para intentar salvar el barco. Javier Aguirre, quien ya ha dirigido a la selección en dos Copas del Mundo, ha sido llamado nuevamente, esta vez con Rafael Márquez como su auxiliar. La meta de “El Vasco” Aguirre es clara: trascender la fase de grupos y llegar a cuartos de final, un objetivo que en otras épocas podría parecer modesto, pero que hoy se presenta como un desafío monumental.
Aguirre no tiene una tarea fácil. El futbol mexicano no solo ha perdido talento, sino también confianza. La escasez de goles en la selección es alarmante, y los delanteros actuales, que rinden bien en sus clubes, no logran replicar ese rendimiento en el equipo nacional. Aquí es donde entra el debate sobre los jugadores naturalizados.
La posible convocatoria de Germán Berterame es sintomática de un problema más amplio: la falta de goleadores mexicanos en su mejor momento. En un mundo ideal, la selección mexicana estaría compuesta por los mejores jugadores nacidos en el país, pero la realidad es que el talento local no siempre está a la altura de las exigencias internacionales. Los jugadores naturalizados, como Berterame, ofrecen una solución a corto plazo para un problema que requiere una solución a largo plazo.
Sin embargo, esta estrategia tiene sus riesgos. Depender de jugadores naturalizados puede ser visto como un síntoma de desesperación, una señal de que el futbol mexicano no ha logrado desarrollar el talento necesario. Además, esta práctica puede desalentar a los jugadores nacionales, quienes podrían ver reducido su espacio en la selección.
Ante la falta de opciones, Aguirre parece no tener más remedio que convocar a los mejores jugadores disponibles, sin importar su lugar de nacimiento. El objetivo inmediato es mejorar los resultados y recuperar la confianza de la afición. Si los jugadores naturalizados pueden aportar los goles y el rendimiento que se necesita, entonces es probable que veamos más convocatorias como la de Berterame.
Aguirre enfrenta un reto monumental: no solo debe reconstruir una selección que ha perdido su rumbo, sino que también debe lidiar con la presión de ser uno de los anfitriones del Mundial 2026. Su misión es llevar a México más allá de la fase de grupos, algo que se ha vuelto cada vez más difícil en los últimos años. Pero para lograrlo, necesita contar con los mejores jugadores disponibles, ya sean naturalizados o nacidos en México.
El debate sobre los jugadores naturalizados es un reflejo de la crisis más amplia en la que se encuentra el futbol mexicano. Sin un plan claro y sin una inversión en el desarrollo del talento local, es probable que México siga dependiendo de soluciones a corto plazo, como la convocatoria de jugadores naturalizados. Javier Aguirre tiene la difícil tarea de llevar a la selección a un desempeño digno en el Mundial de 2026, pero para lograrlo, necesitará algo más que buenos jugadores; necesitará una visión y un compromiso que, hasta ahora, han faltado en el futbol mexicano.