Estamos en la recta final de los Juegos Olímpicos de París, Francia. Durante este lapso, de hecho, hemos tenido la fortuna de atestiguar las distintas competencias que, como anticipamos, han vivido un clima de emociones y efervescencia, especialmente aquellas que, por la percepción histórica, llaman poderosamente la atención. En ese nivel de participación, sabemos, han ido compitiendo los atletas de la delegación mexicana, concretamente en lo que, por su nivel, tienen una probabilidad altísima de conquistar medalla. Algunos de ellos, por ejemplo, radican en deportes como tiro con arco, caminata, clavados y boxeo. Para tal efecto, esas disciplinas han cultivado frutos importantes. Desde luego, varios de esos competidores, hace unos días, han obtenido medalla olímpica.

De igual manera, debemos tener presente que, muchos atletas mexicanos, han quedado cerca. O sea que, en ese nivel de competencia, han mostrado capacidad o, dicho de otra forma, incrementaron la participación al dar el máximo en cada una de las disciplinas. El problema es que, una vez más, no hemos dado el salto definitivo para alcanzar la cima. Algunas de las razones que podemos enumerar, desde luego, radican en el trabajo a corto, mediano y largo plazo. A su vez, quedó claro, hace falta planificar y tener mayor organización, sin dejar de lado la parte económica que, al final de cuentas, es medular. Un cambio sustancial, en efecto, sería contratar entrenadores de mucha experiencia. A la par de ello, evidentemente, formar atletas de corte mundial o, mejor dicho, de alto rendimiento.

México, por ejemplo, tiene un potencial natural muy grande. Desde ese punto de vista, es importante que los directivos, como parte de la columna vertebral deportiva, encuentren el hilo conductor. Es decir, capacitación, entrenamientos, apoyos, profesionalización, competencias internacionales y un estratega que, para ese fin, esté a la altura de las circunstancias. Otro aspecto determinante, por mucho, radica en la parte emocional que, en muchas ocasiones, termina por influir en momentos decisivos. Pasa lo mismo en el fútbol. Precisamente ese factor, como muchos otros, tiene que tomarse en cuenta para mundiales y juegos olímpicos a futuro.

Podemos tomar como muestra la inversión económica que llevan a cabo los países de primer mundo como Estados Unidos, Canadá, Australia, China, Inglaterra y Francia. Todos ellos, por cierto, han dominado ampliamente cada una de las competencias de los Juegos Olímpicos de París. Se nota que la formación y el trabajo constante se materializa en cada uno de los escenarios, especialmente aquellos que, a la postre, lo han venido haciendo muy bien, más aún cuando coronan cada ejercicio. Espectacular, por ejemplo, el protagonismo de Rebeca Andrade, deportista de Brasil y gimnasta que, una vez más, rompe cualquier paradigma de esa disciplina. Ayer, de hecho, venció a la favorita Simone Biles con una actuación de otra latitud. La norteamericana, hay que decirlo así, es un fenómeno deportivo. O sea, fue una competencia al más alto nivel.

La realidad es esa, deportistas como Simone Biles y Rebeca Andrade, son de otra latitud. A una y otra se le nota la labor y el compromiso, pero sobre todo el amor a las disciplinas que defienden. A ese tipo de ejemplo de competencia, indudablemente, debemos sacarle el mayor provecho posible. Soy de los que piensan que, en nuestro país, hay un potencial mayúsculo para ir incursionando a la par de otras naciones. El punto clave, evidentemente, radica en la formación y en los años de trabajo. De hecho, los directivos de las dependencias deportivas en México deben asumir esa responsabilidad. Estamos en la competencia, sin embargo, hay una diferencia abismal que llama poderosamente la atención a comparación de otros países. La delegación Mexicana debe tomarse más en serio cada mundial y juegos olímpicos.

Todos los factores influyen. El punto, evidentemente, radica en el arraigo de cada uno de los deportes y, desde luego, el apoyo que se proyecte para que, al final de cuentas, el rendimiento de los atletas sea el máximo. Los vemos en los deportistas de Estados Unidos, China, Francia e Inglaterra. Ellos, de hecho, año con año sorprenden al mundo al superar una marca o romper un récord. Eso tiene una explicación sencilla: trabajo, disciplina, incentivos, apoyos, entrenadores de primer nivel, infraestructura y, por supuesto, competencias constantes con los mejores.

En México, sin duda, el presidente López Obrador es un aliado incondicional del deporte. Entonces, el compromiso de los directivos que manejan esa institución, en definitiva, tiene que ser mayor. Es decir, redoblar esfuerzos, capacitaciones y contratos a entrenadores de niveles internacionales para elevar el potencial que, déjenme decirles, existe en grandes cantidades en nuestro territorio nacional. Es cuestión de encontrarlos y darles continuidad.