Corría el año 2006 cuando, desde la banca de las Chivas, salió un joven con el número 45 en la espalda y, tras una fascinante maniobra realizada a los pocos minutos de haber ingresado al partido, definió con gran maestría. Acción que advirtió que estábamos ante un ídolo en ciernes: Javier Chicharito Hernández.

No se ha visto otro fenómeno igual. Hasta canciones se le componían a ese joven que representaba para todo aficionado la máxima esperanza futbolística. Quizá ni Hugo Sánchez, por diversas circunstancias, disfrutó de tal escenario mediático.

Máxime cuando Chicharito dio el salto a Europa de la mano de Sir Alex Ferguson y el Manchester United, propios y extraños creímos que nos encontrábamos frente al nuevo Pentapichichi. Sin embargo, la luz del juvenil y carismático killer terminó por apagarse más pronto que tarde.

Ya que, tras su experiencia con el Bayer Leverkusen, hace casi diez años, Chicharito no volvió a ser el mismo y así lo demostró su periplo futbolístico: West Ham, Sevilla y luego el LA Galaxy, para después terminar en Chivas.

Nunca la frase de “segundas partes no son buenas” se aplicó tan bien. Antes de que se oficializara su vuelta a casa, muchos vaticinamos que lo peor del Chicharito estaba por venir; su historial de lesiones así lo demostraba.

Todos esperaban ver en Guadalajara al goleador del Manchester United,o al menos a aquel que había hecho anotaciones en el Real Madrid que sorprendieron al mismísimo Cristiano Ronaldo. Pero no, el tiempo no para y tampoco perdona.

Desde su regreso, el goleador ha entregado una versión rota de sí mismo, que nos hace olvidar que ese Javier es aquel que llenó de ilusión a todo un país metiéndole un sensacional gol a Francia en el Mundial del 2010.

Diría Eduardo Galeano en Futbol a Sol y Sombra: “el ídolo es ídolo por un rato nomás” , y así le pasó a Javier Hernández. Hoy los mismos que lo vitorearon en su vuelta al Rebaño son los mismos que lo insultan desde la grada y frente a la TV.

Esos que le llamaban “el hijo pródigo” son los que le tildan de cadáver ambulante. Esos que pedían a gritos que regresara a casa para retirarse, son los mismos que ya lo quieren ver colgar los botines del poste más alto del país.

Y es que, lamentablemente, la mayoría de los fans actúan como tiburones al oler la sangre derramada por el héroe venido a menos, por el ídolo cuyo pie de oro, volviendo a Galeano, se ha convertido en madera: “y cuando al pie de oro le llega la hora de la mala pata, la estrella ha concluido su viaje desde el fulgor hasta el apagón. Está ese cuerpo con más remiendos que traje de payaso, y ya el acróbata es un paralítico, el artista una bestia”.

Javier Chicharito Hernández tampoco se ayuda: lleva más polémicas que goles. Sus compañeros no ven en él a una leyenda que les ayude a mejorar y comparta los secretos futbolísticos que aprendió en la élite; hoy es más bien un “maestro regañón” que exhibe a los más jóvenes de la cofradía rojiblanca, como ha pasado con el Tiloncito Chávez a lo largo del torneo.

Ya no se le nota contento en la cancha. Da la sensación de que el ídolo se cayó y se rompió. Los gritos de gol han sido sustituídos por abucheos que, probablemente, sean desproporcionados e inmerecidos, pero en el futbol, y quizá en la vida, la historia no juega y, peor aún, se olvida rápido. Vivimos en el imperio de efímero.

A veces el ídolo no cae entero. Y a veces, cuando se rompe, la gente le devora los pedazos”, concluye Galeano su magistral caracterización sobre el ídolo en la cultura futbolística industrializada.

La pregunta es, cuántos y quiénes caemos, hechos pedazos, de alguna forma, al lado de ese que, hasta hace unos ayeres, nos hizo creer en la inmortalidad.